Porque aunque pase el tiempo nunca podrás olvidar el amor verdadero

CAPITULO 5

domingo, 13 de junio de 2010

Hace una semana desde la noche que salí con Victoria, 7 días que han pasado lentos, eternos, y aburridos. Nada interesante: levantarse,desayunar,comer,ver la tele, merendar,cenar y dormir. Toda mi actividad durante esta semana. Creo que ni siquiera he sentido el sol en mi cuerpo,porque la única vez que sali a la calle fué de noche a tirar la basura.

Me apetece hacer algo, por eso de variar. Me visto con unos shorts vaqueros, una camiseta verde y unas converse del mismo color y salgo en busca de aventuras. No tengo nadie con quien salir, ni se a donde ir pero eso es lo que hace que esta aventura sea emocionante. Sonrio para mi y sigo andando sin rumbo alguno.

No hay mucha gente por la calle apesar de que son las 5 de la tarde, pero eso tampoco me molesta. Es más, me gusta que no halla mucha gente,la gente en masa me suele agobiar. Veo una oficina de información y decido acercarme.
-Pogg favogg, ¿Podegg mapa de ciugaaag daag? - Fingo un poco logrado acento francés y la señora de información me mira raro, se nota que por dentro esta partiendose de risa-
-Si, aquí tiene.
-Muchag gragciags -Sonrio y me voy-

Bien ya tengo mi mapa, busco en mi bolsillo una moneda que guarde al salir de casa y la cojo. A pocos metros de donde me encuentro hay un pequeño parque y me acerco y me siento en el pesced. Después abro el mapa y lo extiendo apollandolo en el cesped. Miro la moneda y me la paso de mano a mano. ¿A dónde me llevarás pequeña moneda? Rio y tiro la moneda al aire dejando que caiga en mi próximo destino.
Tras un par de vueltas en el aire, revota y acaba quedándose en un punto de la esquina superior del mapa. La levanto para poder ver el lugar de mi próximo destino. Me quedo sorprendida, está bastante lejos, pero no me importa. Hoy me he tomado el día libre, necesito respirar aire fresco, cambiar de rumbo, dejarme llevar. Abro la mochila con la que he salido de casa y compruebo que llevo todo lo necesario para pasar el día fuera.
Me quedo un par de minutos sentada con las piernas cruzadas dejando que el sol caliente mi cara. Es tan agradable, es todo tan tranquilo.
Con la mochila a los hombros, me levante y voy caminando hasta la para de autobús más cercana. La moneda me a indicado que tengo que ir al mirador del parque roma.
De lejos veo que se acerca el bus. Subo y pago con la tarjeta. Me siento en los asientos de última fila, alejada del resto de personas que se amontonan en las partes de alante. Me quedo mirando a la ventanilla, viendo a pasar a la gente, viendo como se divierten. Unas van solas, otras con amigos, otras en parejas que han decidido salir a divertirse un rato. Veo niños y ancianos caminando despacio, veo chicos de mi edad saltando y molestando. Suspiro, hasta hace tan poco yo iba así por calle, todo es tan diferente. Pero no, hoy no quiero pensar en nada, hoy solo necesito despejarme, necesito sentir que las cosas siguen igual, que los pedazos ya han sido recogidos y pegados de vuelta a su sitio. Y aunque sé que me estoy engañando, hoy es un día para dejar que los sueños me acompañen.
Estoy tan distraida que me olvido de donde estoy y me salto la parada. Tengo que bajarme en la siguiente a la mía y bajar andando hasta el mirador. No es mucho trozo, pero el sol y el calor hacen que sea demasiado pesado. Veo gente que se dirigen al mismo sitio que yo, la mayoría de esas personas son parejas extranjeras que han venido de visita romántica a la ciudad.
Entro en el edificio circular, desde el cual, en su fachada, se encuentra el mirador, nunca he subido la verdad, bueno sí, una vez, pero era demasiado pequeña como para recordarlo. La gente dice maravillas de este sitio. Me ajusto la mochila y empiezo a subir las escaleras. Cuando estoy más o menos por la mitad necesito hacer un descanso, hay demasiados escalones que subir. Abro la mochila y saco la botella de agua, le doy un buen trago, y tras insirar profundamente por la nariz sigo subiendo.
Después de unos diez minutos aproximadamente, abro la puerta que me llevará hasta el aire libre. Cuando salgo doy tres pasos hacia al frente y me quedo paralizada. Lo veo todo, veo la ciudad entera, o por lo menos gran parte de ella. Es precioso. Me quedo en silencio contemplandolo todo.
Veo lops grandes edificios, los centros comerciales, los parques y el mar. Esa inmensidad azul que se extiende a lo largo cubriéndolo todo e impidiéndome ver mas allá. Me siento justo enfrente de la barandilla y dejo que el sol me caliente haciéndome cosquillas por todo el cuerpo.
No sé cuanto tiempo llevo aquí arriba, pero el segurata encargado del mirador me dice que me tengo que bajar. Miro el reloj y me quedo sorprendida, son las 9 de la noche. No puede ser. Llevo cuatro horas aquí arriba, y lo mejor de todo es que no he pensado nada en él, ni en él, ni en nadie, tan solo en la inmensidad que era capaz de abarcar con mi mirada.
Cuando estoy abajo llamó un taxi, no me apetece tener que esperar al autobús. Este, me deja delante de mi casa, le pago los 25€ que ha valido el viaje y entro. En el salón esta mi madre esperándome. Está sentada en el sofá de cuero de papá, con la bata puesta y los brazos en jarras. Suspiro y tiro la mochila en el suelo sabiendo que me espera un buena charla. Se levanta y se acerca despacio a mi. Lleva algo en la mano, pero hasta que no está a escasos centímetros de donde estoy yo, no me doy cuenta de que es mi móvil.
-¿Se puede saber donde leches has estado?- habla despacio y con calma, pero su voz va teñida de un intenso reproche.
-He ido al mirador.
-¿Y no podías haberte llevado el móvil?- Su calma a desaparecido, sus ojos azules están encendidos.- ¡Nos has pegado un susto de muerte a todos!
-Pues lo siento, pero ya estoy en casa, dejame ir a mi habitación estoy cansada.
-¡Tu no te vas a ninguna parte! Estás castigada lo primero, y ahora me vas a decir la verdad, ¡Donde has estado!
Sus gritos me irritan y yo pierdo la paciencia.
-¡He estado en el mirador, si no me crees me da igual pero dejame ir a mi habitación!- mi grito le ha dejado sin respiración, nunca antes le había levantado tanto la voz, pero me da igual.
-¡A mi no me hables así niña!
-Te hablo como me da la gana.- Antes de poder terminar, su mano baja rápida y fuerte, propinándome un bofetón en plena cara. Me ha echo daño. La miro a los ojos con un intenso odio, me acerco la mano a la mejilla dolorida.
-Te odio.
Y sin más, cojo la mochila y subo a mi habitación. Oigo como los pasos de mi padre bajan corriendo la escalera para enterarse de lo ocurrido, más tarde los sollozos de mi madre en la habitación y las palabras de consuelo de papá. Da asco. Siempre haciéndose la víctima.
Abro la ventana y me siento en el alfeizar. Cojo el paquete de tabaco que tengo guardado en el cajón de mi mesilla y me enciendo un cigarro. Dejo que el humo me envuelva y se lleve mi dolor, pero los milagros no existen. Calada a calada me voy relajando. Cuando me lo termino, apago la colilla y la tiro al jardin, después me meto en la cama y dejo que las pesadillas que durante el día se han mantenido alejadas, me lleven con ellas.

0 comentarios: