Porque aunque pase el tiempo nunca podrás olvidar el amor verdadero

CAPITULO 2

miércoles, 9 de junio de 2010

>>Texto añadido en este capitulo



Me levanto por la mañana y voy al armario. Cojo los primeros vaqueros que encuentro y una camiseta básica azul marino. Sin siquiera mirarme al espejo, me hago una coleta alta, me pongo las converse y salgo de casa sin decirle nada a nadie.
Cuando salgo a la calle oigo como Sara me grita desde la ventana. Lleva el pelo recogido a un lado con un pequeño lazo rojo. Me giro y le saco la lengua, acto seguido agito la cabeza con una extraña sonrisa en la cara y me voy. Sara tiene siete años, es demasiado pequeña como para entender lo que me pasa, pero algo dentro de mi me impide estar mal con ella.

Por fin suena mí móvil y al sacarlo del bolsillo veo como un sobrecito parpadeante se ilumina en la pantalla. Abro el mensaje y leo: -ok,te espero- Me lo ha enviado Victoria. He quedado con ella, necesito hablarle, que me ayude a entender las cosas que yo sola no puedo resolver.
Llego a su casa y llamo al timbre. Me abre ella, con lo que supongo, su aspecto habitual. Su pelo, liso y de un intenso color negro, le cae, cual cascada en un río, bajo los hombros. Un mechon de pelo del flequillo le tapa el ojo izquierdo. Sus ojos azul-verdosos estan enmarcados por raya y sombra negra, para mi gusto, excesiva. Lleva puesta una camiseta de ese grupo tan extraño, "the cure", y unos vaqueros negros desgastados.
Me sonríe brevemente como solo ella sabe hacer. No puedo evitar quedarme mirando la rosada cicatriz que le sobre sale del párpado derecho.
-Esto- dice señalándose la cicatriz- me lo hizo un perro cuando tenía cinco años.
Me sonrojo al sentir que he sido descubierta.
-¿Vas a pasar o prefieres quedarte en la puerta?- Dice mientras se gira consciente de que la seguiré por el angosto pasillo que lleva hasta su habitación. Cuando abre la puerta me quedo paralizada. Todo lo que hay en su cuarto es de color negro. Las paredes están pintadas de un intenso color rojo sangre, y los posters que inundan las paredes me producen escalofrios.
-Pasa que no muerden.
Asiento con la cabeza y me siento a su lado en un sofá de cuero negro que queda justo enfrente de una pequeña televisión. Cuando nota que estoy mas calmdada me pregunta:
-¿En que puedo ayudarte?
Aunque era la pregunta que me esperaba oir, me pilla desprevenida.
-Eh si, bueno, esto... Se que no sabes mucho sobre mi, aparte del nombre y poco mas...- No me da tiempo a terminar la frase ya que un sonido desagradable y estridente me golpea los tímpanos, es su risa.
-Claro que sé mucho sobre ti. ¿Te crees que nunca me hablo de ti? Samantha, el amor de su vida.- Las últimas palabras estan plagadas de un intenso rencor, pero prefiero hacer caso omiso del irritante chillido de mi interior que me ruega que salga corriendo de allí.
-Ya claro- Las lágrimas vienen corriendo a mis ojos, parpadeo un par de veces para controlarlas, pero no puedo evitar que una de ellas se me escape y resvale mejilla abajo en una carrera suicida y dejando un rastro salado por mi rostro.- Desde que el...- inspiro profundamente para hacer acopio de valor- Desde que él murió no hago más que buscar respuestas a todos los interrogantes que se mezclan en mi mente y tu eres la única persona que puede ayudarme a resolverlos.
Desde el momento en que la vi, esta es la primera vez que la nota burlona de sus ojos desaparece.
-¿Cómo pretendes que te ayude?
-Tú lo conocías mejor que nadie, él siempre me lo decía- digo intentando parecer alegre- necesito que me ayudes a entender por qué se suicidó.


Hace dos días que visité a Victoria. Y aunque me siento un poco mejor, aún no he respondido a ninguna de mis preguntas.
Me propuso ir a su casa, a la de él, pero me sentían tan débil e impotente que hasta me costo negar con la cabeza. No estaba preparada para tal impacto, aunque poco a poco me voy mentalizando de que si quiero conseguir respuestas tendré que hacerlo.
Bajo a comer, pero solo están mamá y Sara, Papá está trabajando y no llegará hasta las cinco.
Después de comer me tiro en el sofá con mi hermana y vemos la tele. A veces pienso que ella es mi única razón para sonreir. Mamá no se atreve a entrar al salón y se queda ordenando la cocina. Siento odio hacia ella, pero es culpa suya, es ella quien se lo ha buscado. Aún recuerdo cuando me llevó la camiseta al hospital...

Cuando Sara se levanta para ir a buscar a su amiga Andrea, la vecina, para jugar juntas, decido acompañarla y así dar una vuelta y despejarme un poco. Cuando pierdo de vista a Sara empiezo a pasea y decido fumarme un cigarrillo. No tengo la costumbre, pero es un mal vicio. Cuando lo llevo a mitad decido tirarlo.
Llego al parque y me siento en un banco, echo la cabeza hacia atrás y pienso. Pienso en el tiempo, en lo absurdo que se ve cuando no tienes a nadie con quien compartirlo. El tiempo es como una aguja girando y marcando las horas del reloj. El tiempo es algo bastante caro para algunos, bastante barato para otros. El tiempo son días, meses, años. Es la marca que dejan aquellas personas que lo han compartido contigo. Son momentos tontos que al final son los mas memorables y momentos memorables que al final son los más tontos.
El tiempo es efímero...
Abro los ojos y lo recuerdo. Lo recuerdo como si estuviese ahora mismo delante mío. Recuerdo su brazo abrazándome la cintura. Su mirada, lo que sus grandes ojos me hacían sentir. Echo demenos cada una de sus palabras, todos sus te quiero. Porque aunque pase el tiempo y conzca a otras personas nadie será como él. Nadie me hará sentir tan bien como él.A veces me planteo lo que sentía. ¿Porque se suicidó?. No me dijo nada. No hubo una despedida. La última palabra salida de su boca fue un "te quiero" dulce y extremecedor, pero en ese momento no le di importancia.Para mi el lo era todo, era mi vida, pero ¿Qué era yo para él?

Aún recuerdo la noche en que murió. Yo estaba en casa arreglándome. Llevaba un vestido corto negro y el pelo recogido en un moño despeinado. Era nuestro aniversario. Salí de casa y fui andando a la suya. Tan solo vivía a 10 min. de la mía. Cuando llegué, utilicé la llave que me había dado y entré. Vivía solo porque sus padres habían muerto hace dos años en un accidente de coche llendo a Marbella, y al cumplir los dieciocho años se fue a vivir solo.Empecé a llamarlo por toda la casa, pero nu hubo contestación. Decidí subir y abrí la puerta de su cuarto. Volví a llamarlo pero él siguió sin contestar. Me eché a reir pensadno que se trataba de una de sus bromas. Pero al abrir la puerta del baño palidecí y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Su nombre se conjeló en mis labios, y desde ese momento nunca más he podido pronunciarlo. No podía creer lo que veían mis ojos. Estaba tumbado en el suelo con las muñecas ensangrentadas y una cuchilla de afeitar en la mano izquierda. Quise gritar, pero mis cuerdas vocales habían desaparecido. Quise correr hacia él, pero mi cuerpo no me respondía. Quise llorar, pero el duro golpe de su cuerpo tan débil e indenfenso me había dejado sin respiración y sin lágrimas que derramar. Sentí como si la vida hubiese utilizado todas sus fuerzas para darme un bofetón en plena cara, sentí como si cientos de cuchillos recien afilados se clavasen una y otra vez en mi pecho, desgajando mi corazón y rompiéndolo en mil pedazos.
Una profunda voz me saca de mis ensoñaciones.
-¿Estás bien?- me pregunta un chico que será un par de años mayor que yo.
Lo miro desconcertada, me he olvidado de donde estaba.
-Si, estoy bien.
-Las personas que están bien no lloran.- Dice señalando mi rostro.
Le miro con un interrogante pintado en mis ojos azules. Me llevo una mano a los ojos y los noto húmedos e inchados. Me quedo callada mirándo sus ojos de un extraño color entre el marrón y el ámbar.

-No... No es nada- le dedico una media sonrisa.

-Soy Daniel.- Al mismo tiempo que se presenta me tiende su mano.

-Samantha.- Digo y estrechandosela.

-¿Qué hace una chica tan guapa como tu aquí sentada?- Me pregunta mientras se sienta a mi lado en el banco, y como si nos conociéramos de toda la vida, limpia con delicadeza la lágrima que asoma de mis ojos..

El contacto con su piel me hace estremecer.

-Gracias- tartamudeo.

-De nada. Y... Samantha ¿que haces aquí sola?- Me pregunta mientras me mira sonriente mostrando sus blanquísimos dientes.

-He venido a pasear a mi perro, pero me he cansado de andar y me he sentado un rato.

-¿Enserio?- me pregunta burlón.- ¿Y el perro? ¿Lo has perdido?

Me quedo pensativa, sí, no había una escusa más buena, pero como por arte de magia aparece un caniche color marrón delante nuestro, se queda a mi lado olisqueando algo del banco y vuelve a irse en la misma dirección como si nada.

-Mira ahí está- digo dedicándole una sonrisa de suficiencia- ¡Nuel! ¡Nuel!- le grito al perro que acaba de aparecer- Vaya, se me ha vuelto a escapar.

-¿No piensas ir a por el?

-Mmmm... no, ya volverá, seguro.

-Ya claro- dice sin creerse nada de lo que le digo- cuando quieras mentir, busca una escusa más buena.

-¡Qué es verdad!- intento parecer indignada.

-Oye que no te estoy poniendo una pistola en la cabeza para que me lo cuentes, era solo una pregunta- la sonrisa a desaparecido de sus labios.- Está claro que estás mal, te he visto desde lejos y he querido ayudar. sé que no me conoces, pero ¿sabes? no es bueno guardarse las cosas para uno mismo, hay que saber abrirse a los demás. Con esto no quiero que me lo cuentes a mí, pretendo que esto- dice señalándome a mi y al banco- no pase más, no puedes venirte a llorar al parque porque nadie estamos solos, y cuando nos sentimos mal, cuando sentimos que el mundo se nos viene encima, necesitamos que alguien, esas personas que día a dñia están a nuestro lado, nos ayuden, porque Samantha, nadie es capaz de afrontar sus problemas solo.- Cuando termina de hablar se levanta y se aleja sin un adiós, sin nada. Yo me quedo parada sin saber que hacer, sus palabras me han dejado un sabor amargo en la boca.

Levanto la mirada bruscamente y escruto el horizonte en su burca. Lo veo. Está a unos veinte metros. Me levanto de un salto, recojo mis cosas y salgo corriendo tras el.

Cuando lo alcanzo estoy sin aliento. Al verme, se para y espera pacientemente a que me recupere de la carrera.

-Tienes... razón- digo casi sin poder respirar.- Gracias por haber... venido a ver... que me pasaba- cierro los ojos e inspiro profundamente por la nariz.- Gracias, y sobre todo por lo último que me has dicho, me has ayudado mucho, enserio.

Veo que empieza a reirse y le pego un manotazo en el hombro. Él grita de dolor y se toca la parte golpeada.

-¡Me has hecho daño!- Grita

-¡Y tú te estabas riendo de mi!

-No me reía de ti- dice volviéndome a mostras sus perfectos dientes blancos. me reía porque no entiendo que hayas venido corriendo solo para decirme eso y... bueno sí, por tus pintas.- Vuelve a reirse, esta vez protegiéndose el cuerpo con miedo de mi reacción.

-¡Para ya!- le grito medio indignada medio cabreada- también he venido para preguntarte si querías venir a tomar un helado, pero ya veo que no.

-No, la verdad, me apetece un montón.

-Pues a mi ya no.

-¿Ni si quiera si invito yo?

-Mmmm..- me hago la pensativa- en ese caso... ¡Acepto!

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